martes, 5 de abril de 2016

En recuerdo y reconocimiento a los caleros de La Puebla de los Infantes

 “Colgado de un barranco, duerme mi pueblo blanco”, canta Serrat. El barranco nos recuerda la ordenación urbanística de la época romana que disponía el proveer los pueblos de buenos sistemas de desagües para evitar inundaciones. La blancura nos traslada a nuestro pasado andalusí en que se inventó el blanqueo de nuestras casas para defendernos del sol canicular y procurarnos higiene y desinfección al mismo tiempo. Entonces surgiría la actividad de las caleras. Pero como actividad económica propiamente dicha  se empieza a saber en nuestra Andalucía, y se generaliza, a partir del auge económico agrícola del siglo XVIII. Decíamos en un reportaje anterior que es a partir de este siglo cuando se comienza  a dar importancia económica a la dehesa y se produce el beneficio recíproco del dueño de la misma y carboneros, piconeros y caleros que la mejoran con sus actividades. En el caso de los caleros, en un entorno como el nuestro de predominio de la piedra caliza, ellos la recogen y obtienen tras una ardua tarea de extracción, acarreo, cargar la calera y quemarla…, la cal que a continuación tenían que vender por las calles de nuestros pueblos andaluces, así como en sus propias casas, para el encalado o blanqueo.
En La Puebla ha habido una larga tradición de caleras y caleros. La escuela por donde casi todos debían pasar era nuestro famoso Ganchal ( por canchal = pedregal, peñascal), un espacio público que en el último siglo ha tenido diversas funciones, pero la mejor, hasta ahora, ha sido, sin duda, la de la extracción de piedras calizas, el montaje de caleras y la fabricación de la cal no solo para el blanqueo sino para las obras de construcción.

Juan Antonio Saravia Martínez y Manolo Gámiz Santana, en la actualidad, en la calera del primero en El Ganchal
Hoy hemos quedado citados con Manolo Gámiz Santana, de la saga de los Santana, aunque su “apellido” por el que más fácil se les conocía a todos era el de “Calero” y con Juan Antonio Saravia Martínez, prácticamente el último calero en activo, aunque ya casi octogenario.  Y hemos quedado en la calera de este último que tiene cargada ya y a punto de quemarla en El Ganchal,( pues quiere terminar allí esta actividad donde empezó desde niño) para que nos hablen de su experiencia como caleros,  Mientras les tomo una foto para el recuerdo, me van relatando sus vivencias al tiempo que me enseñan las partes de una calera: el caño, la puerta, el pecho y el cobijo o cabeza; las piedras que se utilizan y sus propiedades: la almendrilla ( la que da mejor calidad de cal), la tosca( de inferior calidad) y la jabaluna(mejor para obras). Así mismo, me enseñan sus herramientas: el calabozo para cortar monte bajo; el pico, la espiocha, la porra, la barra, el porrillo,… para arrancar piedras y partirlas; el horquillo para meter el monte en la calera, el gancho para bregar con los haces de monte o ramón. Me aclaran que el mejor monte era la jara, la retama y la chaparrera; pero observo que los haces de que dispone ahora Juan Antonio son  de ramón o varetas de olivos, procedentes de haber desvaretado los suyos, también observo leña amontonada, porque actualmente el monte bajo está protegido y no se puede cortar.

Carga de una calera de los Hnos. Santana Asenjo en el Cordel de Hornachuelos, junto a los Ganchales/Canchales de la Virgen

Manolo conoce el oficio. Conoció desde pequeño el trabajo de su abuelo Manuel Santana en El Ganchal, que a su muerte lo proseguirían su abuela Carmen Asenjo y sus hijos. Sobre los doce años se incorporó al trabajo en firme con sus tíos Eduardo y Adrián,  ya fallecidos, en sus caleras del Cordel de Hornachuelos, que sirve de límite entre los términos municipales de La Puebla y Peñaflor, a la altura de los Ganchales o Canchales de la Virgen, donde tenían en abundancia las piedras calizas que necesitaban. Y con ellos estaría casi hasta los treinta años. Se le nota la desenvoltura cuando dialoga con Juan Antonio en el lenguaje o jerga de los caleros y cuando tiene respuesta  para cualquier duda que le planteo, aunque prefiere que sea Juan Antonio el que dé primero sus explicaciones por la cortesía ante una persona mucho mayor que él. Me refiere sus buenos recuerdos del disfrute del campo, de la dehesa, de dormir bajo una encina mientras se quemaba la calera…Por contra también recuerda el trabajo duro de arrancar piedras  de las soleras o la complicación que les producía una tormenta en la mitad del proceso de la quema.

Los hermanos Ramón y Juan Antonio Saravia descargando una de sus caleras

Juan Antonio tenía tres hermanos varones mayores que él: Ramón, Antonio y Manuel, que también han sido caleros,  y aprendieron el oficio de los maestros caleros de El Ganchal, particularmente de Manuel Santana y de Celedonio González Santana. Él lo aprendió de su hermano Ramón, diez años mayor que él, con el que trabajó desde niño hasta que se casó y se independizó ubicando su calera en el Km.8  de la carretera a Peñaflor, junto a Almenara.
 Refiere cómo ha compatibilizado este trabajo con el de arriero y el de carbonero. Su pequeña arria le facilitaba la labor del transporte de piedras en las pedreras, de haces de monte y ramón, de leña, de cal, de carbón, de aceitunas, de corcho... Recuerda también a su mujer, ya fallecida, y a sus hijos Dolores y Juan José que  le ayudaron en tantos trabajos. Demuestra que a su edad todavía conserva una gran afición por estas actividades, sobre las que nos dice que aunque reconoce que son muy duras, él, por haberse criado en esto, las entiende y las realiza con facilidad. Y una de sus mejores distracciones consiste en ir a alguna feria de ganado a disfrutar de buenas razas de burros.
     Finalmente ambos se lamentan que se haya ido perdiendo esta actividad a partir del proceso de industrialización de pinturas y materiales de construcción sustitutivos de la cal, pero  valoran mi  interés de recordar estos temas porque esa ha sido la vida de muchos puebleños y sus familias desde siglos atrás y señas de identidad y cultura de nuestro pueblo. Y están dispuestos los dos a transmitirlo a los niños y jóvenes del pueblo que acompañados de sus maestros  y maestras o sus padres y demás personas interesadas deseen conocerlo.
Muchas gracias a Juan Antonio y a Manolo.       Fotos: Joaquín Conde y Rafael Velasco.